Misterios y leyendas del Mediterraneo
- Maggie

- 14 ago 2017
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 29 nov 2019

Atenas – Sorrento – Roma – Florencia – Monaco - Marsella - Barcelona
Esta es una ruta de una belleza arrobadora, y esperaba ansiosa poder descubrirla.
Llegamos a Atenas un día húmedo y luminoso. Listos para comenzar nuestro recorrido.
Atenas tiene un encanto único, es animada y llena de vida. Ni bien llegamos al hotel, deshicimos la maleta y nos lanzamos a la calle. Para nosotros los turistas la mayor ventaja de Atenas es que la mayoría de las atracciones son accesibles a pie en el área central alrededor de la histórica Acrópolis. Y hablando de ella, conocer la joya de la Grecia clásica y visitar sus templos te maravillan, la sensación de estar en ese lugar histórico que domina la ciudad desde lo alto es inolvidable.
Al anochecer del segundo día fuimos a comer a la parte alta de Plaka, barrio muy antiguo que tiene una atmósfera de pueblo. Con estrechas calles adoquinadas adonde encuentras pequeños bares y restaurantes para todos los gustos.
Y llegó el momento de embarcar. Nuestro barco de la línea Oceanía con cabinas muy cómodas y obras de arte por doquier, sería toda una experiencia.
El primer día de navegación desembarcamos en Nápoles, y conocimos a Antonio, un amigo que nos llevó a un encantador recorrido por Ravello, con sus impresionantes vistas desde los acantilados de la bahía. Almorzamos en Priano, a la orilla de la playa, un lugar increíble solo conocido por dato. Nuestro camino a Positano fue en medio de paisajes increibles, paramos en el camino a comer frutas, compramos limoncello, el típico licor de la costa amalfitana. Una breve pasada por Sorrento, desde donde puedes ver las suntuosas villas de verano. Realmente soñado todo lo que vivimos ese día.

Al otro día amanecimos en Civitaveccia, y nos preparamos para conocer Roma. Para no parecer turistas tomamos un bus y luego un tren que en 1.15 hrs. nos llevó hasta la estación Termini, en pleno centro de Roma. Por supuesto que caminamos a través de la Piazza Navona y tomamos un helado de pistacho. También tiramos una moneda en la Fontana de Trevi, aunque debo decir que la cantidad de turistas es tan grande que no logras tomar la foto inolvidable del lugar. Habría tanto que decir de La Ciudad Eterna, estar ahí fue como caminar sobre la historia, un museo vivo.
Y para que no falte el shopping, caminamos por la Vía del Corso antes de volver al barco.
Al día siguiente llegamos al puerto de Livorno nos encontramos con Carlo, otro amigo italiano quien nos llevó directamente a Pisa, para una visita breve pero necesaria al menos para tomarnos la foto al lado de la famosa torre inclinada. Continuamos hacia la encantadora Luca, medieval, hermosa, pequeña e inolvidable. Casi nos perdimos entre tanto laberinto de plazas y calles angostas pero era necesario seguir, así que lo logramos y continuamos nuestro camino hacia la estrella del viaje: la bella Florencia.
Aquí se te quita la respiración solo de entrar a esta ciudad de La Toscana. El arte y la belleza te golpean a cada minuto. Sus siluetas de color ocre a la orilla del río Arno te ofrecen por doquier las obras de Botticelli, Michelangelo, Bruneschelli, Leonardo da Vinci, Boccaccio, y tantos otros que impregnan la ciudad con su magnificencia.
Nos separamos en el corazón de la ciudad, la Piazza de Duomo y la Piazza della Signoria.
Me apoye sobre las barandas que miran al pintoresco puente Ponte Vecchio que fue construido en 1345 y desde ahí observé a mi alrededor. Fui a dar una vuelta al mercado del cuero para comprar alguna cosita y nos reunimos para volver.
Muy corto para Florencia, debo volver por tercera vez a un recorrido más extenso.
Y continuando el viaje llegamos a Monte-Carlo, la capital de Mónaco. Nos bajamos del barco y tomamos el bus rojo para pasear. Durante años, Monte-Carlo ha sido el patio de recreo de los ricos y famosos, desde estrellas de Hollywood a la realeza de todos los rincones del mundo. Y nosotros para no ser menos, fuímos al Café de la Plaza frente al famoso Casino. Luego subimos al Castillo en lo alto, donde vive el Rey, si, vive ahí actualmente. Y volvimos al barco para comer y partir.
Llegamos a tomar desayuno a Marsella, el gran puerto francés, bohemio, con una luminosidad cálida que te impresiona. Esta vez decidí dar un paseo sola. Caminé hacia el Panier, con sus casas viejas y rincones encantadores, y fui bajando hasta llegar al Vieux Port, inmenso, con muchos yates y embarcaciones. Un ambiente genial se vive en los puertos pero en este me pasaron cosas, como que hubiera estado ahí en otra vida.
Y terminando nuestro viaje desembarcamos en Barcelona. He estado un par de veces antes pero siempre hay algo por ver o quizas repetir gustosamente. Esta vez las visitas fueron dirigidas al mundo de Gaudí, no me canso de admirarlo. Subimos en el teleférico de Montjuic, para gozar de las impresionantes vistas. Por mi parte visité el Museo de Arte y baje caminando a Plaza España. Fuimos a comer tapas a Ciudad Condal y regresamos rendidos al Hotel. Por supuesto que al día siguiente fui a mi acostumbrado encuentro con el Barrio Gotico, por lejos mi favorito. Y luego de comprar unos gorros del Barça para mis nietos había llegado el momento de volver al hotel y comenzar el retorno hacia Chile.













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