Viajo, amo y escribo
Buscando las perlas negras

Era Mayo de 1981.
Habíamos llegado hace unos días buscando a Michael Taevai. Veníamos del torbellino de la ciudad, con el apuro todavía en la piel, tanto que no alcance a cambiarme el traje con que asistí a la reunión esa mañana antes de salir al aeropuerto.
Puse mi chaqueta en el bolso de mano y bajé del avión en Papeete con falda, blusa y tacones como una ejecutiva. Teníamos cuatro horas por delante para esperar la conexión con el vuelo en el pequeño avión que nos llevaría a Manihi. Un grupo de músicos y tres bailarinas de cabellos largos y cuerpos voluptuosos, daban la bienvenida a los recién llegados con ese ritmo cadencioso y sensual que tiene la polinesia.
La única opción en el aeropuerto era tomar café con croissant en una pequeña cafetería, por lo que decidimos salir a un hotel a tomar un buen desayuno.
Ahí podríamos disfrutar de un breve descanso antes de volver al aeropuerto.
Llegamos al Tahiti Beachcomber y al minuto quedamos en shock con lo que veíamos al final del lobby. Una terraza gigante se abría hacia el mar, mostrando una profusión incomparable de flores, plantas y palmeras. El cielo azul tenía unas nubes como pintadas. Una hilera de palafitos reposaba sobre arenas blancas. Y ese mar… ese mar característico de la polinesia, que solo vemos en folletos.
Nos dirigimos al comedor, con mucha hambre. Una gentil anfitriona nos señaló una mesa en la esquina, con vista a la piscina. El aroma de las flores invadía el lugar. Las mesas y muebles eran hechos con fibra de bambú y coco, los manteles floreados y la profusión de color por doquier, hacían que estuviéramos muy a gusto. Paso un rato largo hasta que se acercó la mesera, una tahitiana alta y robusta con un vestido rojo que sonriendo nos dejó la carta. Le dijimos que teníamos claro lo que queríamos y le pedimos de inmediato dos desayunos continentales con jugo de naranja natural y fruta. Ella sonrió, asintió y se retiró.
Al cabo de 20 minutos pasó por nuestra mesa y Damian le dijo si podría traernos los jugos de naranja mientras tanto, ya que al parecer la cosa era lenta. Ella sonrió, asintió y se retiró.
Habían transcurrido otros diez minutos y Damian estaba ofuscado por tanta lentitud, teníamos hambre y aparte de las sonrisas no había llegado nada a nuestra mesa.
Finalmente, llegó la mesera con los dos jugos.
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¿Es posible que se apure un poco con el desayuno? – le dijo Damian
Ella sonrió, dejo los jugos displicentemente en la mesa, asintió y se retiró.
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No puedo creer que tengan tan mal servicio en este hotel - me dijo.
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Es verdad – replique – sin embargo también sucede que nosotros vivimos apurados. Esa sensación de vivir apurados que traemos desde nuestras ciudades, de nuestra vida actual, aquí siento que el ritmo es otro.
Cuando llego nuestro desayuno, que realmente era muy bueno, lo comimos apresuradamente y al terminar Damian se paró a buscar al encargado. Alguien lo atendió y le dijo que esperara porque vendría el gerente a atenderlo. Conozco a mi amigo, se altera por el mal servicio, y ya veía venir la situación que seguía.
Al momento apareció un hombre de aspecto europeo, vestido con una camisa de flores como todos, muy atento. Hablo en inglés con acento francés.
Quise hablar con usted porque no puedo entender cómo un hotel de cinco estrellas tenga un servicio tan deficiente, le dijo ¡hemos esperado por más de cuarenta minutos que nos traigan un desayuno continental!
Lamento mucho su molestia señor, quisiera transmitirle lo que sucede, porque usted no es la única persona que se queja del servicio. Ustedes están en uno de los lugares del mundo considerados como el paraíso, nuestro standard de hotelería es alto, y efectivamente nuestra categoría es cinco estrellas. Pero sucede que en el paraíso no hay apuro, nosotros somos administradores franceses pero la gente que trabaja para nosotros son isleños, que han vivido toda su vida en el paraíso, ellos no necesitan trabajar más que para pagar algunas cuentas. En el paraíso la comida se baja de las palmeras o de los campos que producen profusamente alimento. El pescado se recoge del mar sin ningún esfuerzo. Por lo tanto el apuro de los que venimos de occidente aquí se debe transformar al ritmo de las islas. Yo puedo despedir a la mesera, y ella encogerá los hombros antes de irse. Y le aseguro que con la nueva que yo contrate pasara lo mismo. Cuando uno tiene que trabajar con isleños se debe adaptar a su idiosincrasia. Si es su primera vez en Tahiti tenga estos consejos en cuenta. Lamento mucho el mal rato, no le cobraremos los desayunos.
Nos quedamos de una pieza y salimos hacia el aeropuerto. No olvidaríamos las palabras de este hombre.
Nuestro avión de 14 pasajeros salió a tiempo. Cuando se elevó pudimos apreciar desde lo alto la maravilla de la naturaleza que circunda ese territorio. Distintos tonos de azul delimitados por las barreras de coral y las lagunas interiores, calipso y azul oscuro, franjas de todos los verdes imaginables. Volamos durante dos horas sobre el mar, no exentos de preocupación porque el pequeño avión se movía como si fuera de papel.
Cuando nos acercamos y comenzamos a bajar, vimos la pista de aterrizaje prácticamente sin tierra y nuestro temor aumentó. Era como aterrizar en medio del mar. En una maniobra sumamente hábil el piloto aterrizó en Manihi.
Manihi es un Atolón de las islas Tuamotu en la Polinesia Francesa, situado al noroeste del archipiélago a 500 kms. de Tahiti. Se le llama atolón a un arrecife coralino de forma anular y con una laguna interior que comunica con el mar a través de pasos estrechos.
Manihi es un atolón ovalado de 27 km de largo y 8 km de ancho rodeado por muchos islotes y solo una entrada al interior de la laguna profundo y navegable. Es una singular sensación estar ahí porque el trecho de tierra es tan estrecho que si te paras al centro veras mar a los dos lados, como si estuvieras en una gran y ancha avenida.
Debido a su formación al centro del anillo se forma una laguna bonita y perfecta para el buceo como todas las islas de la Polinesia. Lo cristalino del mar y el fondo blanco la hacen visible como una piscina. El fondo es blanco porque la laguna es muy baja y la arena del fondo está conformada por coral blanco pulverizado.
El mar que rodea a la laguna es profundo y azul, lo que hace que visto desde el aire el anillo se perfile con su fondo claro dando unas vistas espectaculares.

Nos esperaba en el aeropuerto Ariki, un tahitiano alto y delgado con una camisa blanca floreada y el nombre Moana Paradise impreso en el bolsillo. Subimos a su camioneta y nos condujo hacia nuestro alojamiento. El camino a través de esa franja eterna de tierra con mar a los dos lados era de por si único. El hotel era una serie de cabañas y pequeños muelles que convergían en palafitos sobre el agua. Nuestra habitación no tenía llaves, no se usaban. Los muebles eran de pandanus, la ropa de cama de algodón y había pétalos de hibiscus sobre la misma. No había teléfono, radio, ni televisión.
Me quite la ropa de trabajo y me sentí ridícula con tacos en ese lugar. Luego de una ducha me puse un vestido ligero y cuando iba a pintarme para salir me di cuenta que no era necesario.
Caminar por esa playa de arenas increíblemente blancas y aspirar el olor a las flores me hizo pensar en que el apuro de la ciudad quedaba tan lejos, y que tal como dijo el gerente del hotel de Papeete, los tiempos y ritmos para todo eran diferentes. Tan diferentes que cuando pedí ver el periódico en la recepción me dijeron que no llegaban diariamente. Había solo dos vuelos por semana, y esa era la conexión con el continente para abastecimiento. La única forma de comunicación era una radio, para saber noticias o comunicar si alguien estaba enfermo para pedir ayuda. Había que hacerse a la idea de que la paciencia era una virtud a cultivar.
A la mañana siguiente me puse un pareo que compre la tarde anterior, eso y una flor en el pelo era suficiente para estar ahí. Salimos a explorar un poco antes de visitar a Michael Taevai. Manihi tiene una población total de 769 habitantes, a lo largo de su anillo de tierra hay pequeños poblados y algunas casas de estilo europeo, muchos franceses eligen estas islas para vivir alejados del mundo.
Nos detuvimos en una playa pequeña, en realidad todas son pequeñas dada la geografía del lugar. Nos recomendaron ir a esa hora a ver tiburones grises, los que llegan a Manihi todos los años, de mayo a junio, para dar a luz a sus crías. Al cabo de un rato pudimos avistarlos a lo lejos, no sin temor, aunque para los tahitianos son sinónimo de buena suerte, los respetan.
Michael nos recibiría a las 12. Es el dueño de una de las granjas de perlas negras. Habíamos llegado hasta ahí para conocer el proceso y definir la compra.
Las perlas de Tahití son también conocidas como “perlas negras” debido a su fascinante color oscuro que las ha hecho famosas en el mundo entero.
Ellas atesoran un inigualable brillo, un halo de misterio que hace que todos suspiren por esta joya única y especial. Por lo tanto su alta demanda procede de su escasez, ya que las ostras que las cultivan suelen tener un bajo rendimiento y nivel de supervivencia.
Para poder obtener estos preciados tesoros, hay que abrir una gran cantidad de ostras, hecho que convierte a la perla negra en un producto natural mucho más exclusivo que su hermana la perla blanca, de brillo más claro.
Las perlas negras especialmente grandes y brillantes, son dignas de aparecer en una corona. Por cada una de ellas se dan alrededor de 15.000 tradicionales perlas blancas.
Estuvimos el resto del día y el siguiente viendo la maravilla del proceso, en términos simples se inyecta un elemento en la ostra, el cual sin provocarle ningún daño desarrolla una especie de cálculo, que luego de muchos años, al menos cinco, es la preciada perla. Nuestro viaje fue largo pero logramos el mejor contacto para importarlas. El objetivo logrado nos puso satisfechos.

A la mañana siguiente, el cielo estaba amenazante y el mar muy movido. Comenzó a llover al mediodía y no paro el resto de la tarde. Luego de haber hecho el acuerdo con Michael queríamos pasar el día en la playa. Nada de eso fue posible. La lluvia se tornó en tormenta y el viento arreciaba de tal forma que las palmeras se cimbreaban sin parar. Yo siempre le he tenido mucho respeto a la naturaleza ofuscada y esta tormenta me tenía aterrada.
Me acerque a la recepción consultando si con este mal tiempo nuestro avión saldría a la mañana siguiente de regreso a Papeete. El recepcionista trataba de comunicarse por medio de la radio para tener confirmación sin lograrlo.
Esas tormentas no son frecuentes pero ellos están acostumbrados y saben cómo reaccionar. Al caer la tarde comenzó a amainar y empezaron a llegar algunas señales de la radio. Confirmaron de Air Tahiti que el avión tenía grandes posibilidades de volar al día siguiente.
Las comunicaciones no eran claras por lo que había que confirmar nuevamente, escuchamos algunas noticias al anochecer, una de las cuales era que habían matado al Papa. Quede tan conmovida que lloré, Juan Pablo II era un hombre excepcional.
Me pareció que eso era un mal broche para ese día tormentoso.
Al otro día el amanecer fue deslumbrante como todos los de Tahiti. El cielo rosado destacaba la vegetación brillante después de la lluvia. El olor de la vegetación y las flores era diferente, mezclado con el de la tierra mojada.
Luego de un desayuno con piñas y papayas, pan tostado y huevos revueltos salimos hacia el aeropuerto con Ariki, quien ya era nuestro amigo, después de habernos llevado a todas nuestras expediciones esos días. No se me había quitado la pena por la muerte del Papa, no podía creer en un hecho tan violento. Quería llegar a Papeete para saber los detalles.
El día era esplendoroso por lo que nuestro vuelo salió sin problemas.
Una vez en el aeropuerto hicimos el chequeo en el counter de Lan y fuimos a buscar un lugar adonde sentarnos. Me acerque al puesto de revistas para comprar un periódico. La chica que atendía me dijo que llegaba con el vuelo… lo había olvidado. Le pregunté:
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Escuche en la radio aficionados del hotel que habían matado al Papa. ¿Usted escucho la noticia por la radio?
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Si señora, fue un atentado contra el Papa, pero afortunadamente no murió.
Me di cuenta que con tal nivel de incomunicación, la noticia no la escuchamos completa, y yo pude haber pasado más días sin saber lo que realmente había sucedido. Me sorprendió que en nuestros tiempos todavía eso pueda pasar.
Pero lo más impresionante fue cuando abordamos el avión de Lan. Nos entregaron el periódico del día anterior y en la primera plana figuraba la gran inundación que afectó a Santiago cuando el río Mapocho se salió de cauce debido a fuertes tormentas. La mayor parte de la ciudad estaba en estado de emergencia y las fotos eran impactantes.
Las 11 horas de vuelo fueron interminables, no tenía como comunicarme con nadie hasta llegar a Santiago.
Una vez aterrizados, busque un teléfono público y llame a mi casa. Nadie contesto. Llame a mi cuñado y supe que mi casa estaba inundada, mi familia erradicada a la casa de un familiar. Varios amigos perdieron sus casas, el río se llevó autos y el agua provocó muchos desastres.
Mientras yo estuve en una isla lejana, en el paraíso, aspirando el aroma de las flores, sin comunicación de ningún tipo con la civilización, muchas cosas pasaron en el mundo. Eran otros tiempos.


