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Temporada de Sorpresas en Francia

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Habíamos despegado hacía una hora, nos esperaba un largo vuelo a París. Afortunadamente el llegar con tiempo al aeropuerto me permitió pasar corriendo por el Duty Free a comprar mi crema de ojos y relajarme tomando un café en el salón VIP mientras hacía las últimas llamadas a mi secretaria.
El 777 de Air France es muy cómodo en clase ejecutiva, por lo que me disponía a tener un viaje relajado, bien merecido lo tenía luego de preparar mi nueva colección. Competir en las grandes ligas y ver mis modelos en una pasarela como el Paris Fashion Week, me llenaba de orgullo pero a la vez de cierto temor e inseguridad. Desarrollar la colección me había tomado los últimos cuatro meses, luego de los cuatro anteriores dedicada al diseño desde que había recibido la invitación.
Saboreando una mimosa, repasaba las últimas notas en mi Ipad, prometiéndome que no volvería a pensar en el trabajo hasta llegar a París. Suficiente con haber pasado las últimas tres noches sin dormir.
La cabina permanecía en silencio. De pronto oí el apagado ruido característico en el galley que indicaba que pronto comenzaría el servicio de almuerzo. Percibí un leve olor a carne asada que abrió mi apetito.
Un murmullo a mi derecha llamó mi atención. Una pareja discutía en voz baja. Sutilmente traté de verlos con el rabillo del ojo.
Ella, una mujer rubia de melena clásica con flequillo, blusa de seda bordada y abotonada hasta arriba sobre la que lucía un collar de perlas y falda plisada. Gesticulaba subiendo paulatinamente la voz, pero la noté muy complicada para no llamar la atención. Aprecie sus manos de uñas pintadas solo con brillo, un delgado reloj y su argolla de matrimonio. Me recordó a mi profesora de castellano en el colegio, la llamábamos la monja.
El marido, sobrio y elegante en un sweater color beige abierto y una camisa blanca abotonada, cabello oscuro impecablemente cortado. Pensé que eran tal para cual.
No me digas que lo estoy imaginando…
Karina, ya hablamos de esto, no ha pasado nada.
¡Eres un artista para mentir! lo peor es que crees que soy tonta - dijo ella alzando la voz.
No hables tan fuerte, no estamos en el living de la casa.
No sirvo para abstraerme del ruido ambiental, por lo que aunque lo intenté ya no podía seguir enfocada en mis apuntes, y observé que los pasajeros que nos rodeaban comenzaban a ponerse inquietos y de tanto en tanto miraban a la pareja.
La auxiliar de vuelo, gentil y sonriente, enfundada en su uniforme azul de vestido entallado, entro con el bar móvil ofreciendo licores. Se acercó a la parejita en cuestión preguntando qué tomarían.
En el primer momento al parecer no le contestaron, sin embargo después de su insistencia:
Una copa de vino tinto - dijo él.
Nada para mí, no tomo - dijo ella.
Mientras la chica servía el vino, y sin esperar que lo entregara, la mujer continuó:
Muéstrame el celular.
Karina, ¡estamos en un avión!
¡Me da lo mismo! - ahora en un tono muy alto - ¡pásame tu celular!
No, ¿cómo se te ocurre? Debes respetar mi privacidad.
Yo en ese momento cerré mi Ipad, renuncié a revisar mis notas y maldije el momento en que compre un pasaje tan caro para tener tranquilidad. Quizás lo mejor sería sumergirme en una película. Me puse los audífonos. No había forma de abstraerme de lo que pasaba a mí alrededor. Mientras la auxiliar de vuelo trataba de continuar su ronda de ofrecimientos, la discusión subía cada vez más de tono y el resto de los pasajeros estaban ya bastante molestos.
¿Una invasión a tu privacidad? No me hagas reír. La invasión a nuestra vida y a nuestra privacidad no es relevante? Tener una relación paralela casi pública ¿cómo la consideras?
Karina… no es el momento.
Me invitas a este viaje jurando que no tienes nada con nadie y se te acaba de caer de la chaqueta esta boleta de un motel, fechada hace 3 días ¿y me pides que me calme?

La mujer a esas alturas gesticulaba y hablaba a gritos, parada en el pasillo. El hombre de la fila de atrás le pidió en voz alta que bajara el tono. Yo me quité los audífonos y también le pedí que se calmara, pero ella no escuchaba a nadie, desencajada, roja de ira le trataba de quitar el teléfono a su marido, lanzando llamas por los ojos.
El la contenía con una mano, con tranquilidad aparente, lo que la alteró más. Ante la impavidez e indiferencia que el demostraba, tomó el vaso de vino tinto y se lo arrojo encima.
Acto seguido salió dirigiéndose a la cabina de clase económica.
Quedamos atónitos y en silencio, con una especie de calma luego de la tempestad. Miré al marido quien permanecía inmóvil y se limpiaba la camisa blanca, ahora manchada.

Habiendo transcurrido casi una hora, no pude contener mi curiosidad al ver que la mujer no regresaba y so pretexto de ir al baño pasé a la zona de clase económica.
La ví sola en un asiento, al parecer las azafatas la habían acomodado y quizas tranquilizado. El vuelo tenía suficiente espacio por lo que fue posible esa solución.
Regresé a mi lugar y aproveché de mirar al marido que a esas alturas dormitaba.

Habían transcurrido un par de horas, yo me disponía a ver una película cuando Karina reapareció.
Al parecer, después del receso, recuperó fuerzas para pelear, solo que en esta oportunidad volvió más decidida.
Se paró frente a su marido, quien dormía tan tapado con la frazada que apenas se le veía el rostro.

¡Mateo! Despierta. Necesito que me expliques algo - dijo blandiendo su celular.
Karina - dijo el marido molesto - si vas a seguir con lo mismo creo que este no es el momento.
Este es el momento preciso - dijo ella ahora con tono compunjido- yo nunca he sido así. Siempre una señora honorable hablando en voz baja y respetando a su marido. Eso se acabó, gritaré para que toda esta gente sepa el tipo de sabandija que eres.
Y buscando en su celular le mostró algo y lo encaró:
¿Así que ella es tu amante? ¡Como es posible que hayas traicionado a nuestra familia que tiene una tradición de parejas felizmente casadas para toda la vida!
No es lo que tú crees - Somos amigos solamente.
Claro, y la boleta del motel ¿fue para que hicieran un tour o fueran a comer?
Te recuerdo que yo iba a ser monja y tú me convenciste a dejar el noviciado, que me casé virgen, que he honrado a nuestra familia siempre y ¿esto es lo que recibo a cambio?.
Karina, estamos en un avión, rodeados de personas extrañas que no deben estar interesadas en nuestros problemas y que además merecen descansar, así que te ruego que te tranquilices y lo conversemos cuando aterricemos.
Parece que olvidas que cuando aterricemos tú sigues a Milan y yo me quedo en París. Pero no te preocupes porque yo tendré mucho que conversar con mi abogado sobre esto que ha sucedido. No es lo que yo hubiese querido para mi matrimonio, pero esta es una traición imperdonable.
Y siguió con una perorata llena de palabras de censura y menciones a la falta de moral, así que ahora fue Mateo el que la dejó hablando sola y se fue a la clase económica.
Yo no podía creer lo que estaba sucediendo, llevabamos la mitad de horas del viaje y no habíamos tenido nada de sosiego en la cabina.
Finalmente al parecer el cansancio y el desgaste de la discusión, dio paso a la calma al resto del vuelo hasta la llegada a París.
Descendí muy cansada y molesta porque gracias al altercado de la parejita no había podido dormir como necesitaba.
No los volví a ver cuando aterrizamos en Charles de Gaulle.
Quizas se quedaban ahí o tomaban otra conexión.

Me fueron a recoger para llevarme al Hotel Raphael. Un clásico en realidad. Soy una mujer moderna que prepara colecciones de moda contemporánea, pero a la hora de buscar alojamiento me inclino por los hoteles antiguos en edad y en detalles de sofisticación y servicio.
El Fashion Week me absorbió por completo los próximos 5 días, al cabo de los cuales no cabía en mí de satisfacción por los elogios recibidos y los buenos negocios cerrados. Pero a la vez los meses transcurridos me pasaron la cuenta y no podía más del agotamiento.
Añoraba los días de descanso que había organizado para mí sola, sin marido ni amigas, de modo de poder disponer de mi tiempo libremente. Solo de pensarlo me ponía contenta.
Habia elegido el pueblo de Blois en el Valle del Loira para pasar una semana de relax.
Tenía reservas en Castel de la Comtesse, un lugar exquisito que sin lugar a dudas era lo que me merecía después de tanto trabajo.
El Valle del Loira es un lugar fascinante que siempre quise conocer después de leer que fuera fuente de inspiración para grandes creadores como Leonardo da Vinci, quien alojando ahí diseñó sus obras mas singulares. Además los reyes lo distinguieron como cuna del Renacimiento Francés.
Visitar sus castillos es como explorar un patrimonio único, grandes y pequeños todos cuentan algo de esa época en que todas las expresiones artísticas estaban en su máxima efervescencia.
Estos emergen de los bosques con sus torres y chimeneas que recuerdan épocas pasadas donde cada detalle era una obra de arte.
Desde que me instalé en mi esplendida habitación me propuse una total desconexión, guardando mi teléfono y otros dispositivos.
Dormí muchas horas, leí mi libro de turno, disfruté de comidas exquisitas y mi único contacto social eran los miembros de la recepción, el restaurant, y la linda y diligente camarera que me saludaba con una gran sonrisa cada mañana.
Habían muy pocos huéspedes por ser temporada baja, eso era lo mejor, ver a la menos gente posible y solo disfrutar de paz.
Al cuarto día de mi estadía salí a caminar por los jardines y decidí sentarme a leer en un claro que enfrentaba un costado del hotel, donde encontré un confortable escaño.
De pronto sentí unas risas que distrajeron mi atención.
Levanté la mirada y ví en uno de los balcones frente a mí una pareja que se besaba y cuchicheaba.
Seguí con la vista en mi libro pero algo llamó mi atención, la risa de la mujer y su tono de conversación tenía un matiz chillón…
Los miré mejor, debí acercarme un poco.
Para mi sorpresa, la mujer ¡era Karina! Y el hombre no era precisamente Mateo…
Ella era otra persona completamente distinta de la señora de blusa cerrada y collar de perlas del avión. Tenía el cabello rubio en forma de moño tomado con una gran cinta dorada. Vestía pantalones ajustados, una blusa escotada con estampado de animal print y grandes aros dorados. Gesticulaba moviendo las manos, se veían a lo lejos los anillos y pulseras también doradas.
Ambos sostenían copas de champan.
Cerré mi libro, esto no podía ser cierto. Tuve que acercarme algo más sin que me vieran porque no salía de mi asombro.
Karina, la que iba a ser monja, la que casó virgen y para toda la vida, la señora conservadora y honorable, la que no tomaba trago, estaba con su amante! Esa no parecía una relación casual, sino algo maduro, con la familiaridad de lo cotidiano.
Me quedé un buen rato observando a esta pareja, sin poder creer la coincidencia de estar en el mismo lugar y comprobar la doble vida de Karina. Esto me demuestra que la vida es una cajita de sorpresas y nada es lo que parece.

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